Mientras se desarrolla la pandemia del coronavirus, la experiencia de los países latinoamericanos es casi olvidada en los medios internacionales. Y cuando llegan noticias al resto del mundo, son solamente de las más sensacionalistas y pesimistas, como los reportajes de las escenas macabras en las calles de Guayaquil. Aunque es difícil de generalizar lo que está sucediendo a lo largo de un continente, y a pesar de una dinámica e inestable situación epidémica, sin embargo aquí nos atrevemos a compartir nuestras reflexiones sobre la pandemia en el contexto latinoamericano.
Somos un geógrafo (Carter) y un historiador (López Campillay) pero nos une un enfoque académico sobre historia política y social de la salud en América Latina. Particularmente, en otros trabajos hemos tratado el desarrollo de políticas de salud en Chile y Argentina. Compartimos también una lectura algo optimista sobre esta historia. Se nota el progreso concreto y mensurable en condiciones sanitarias en muchos países de la región. Aunque las instituciones políticas y sanitarias fallan, y aunque la historia está llena de conflictos e injusticias, mantenemos que las instituciones sanitarias de la región son más fuertes de lo que muchos veces se piensa desde el exterior. Aunque hoy en día se cuestiona de la idea del progreso social, a nuestro juicio más vale no retroceder mientras se enfrenta esta pandemia.
Como la seguridad, bienestar y salud de los países latinoamericanos dependen de un contexto internacional, no nos limitaremos a analizar lo que sucede dentro de la región. Nuestro enfoque principal es la dinámica entre fronteras e identidades. El temor y la ansiedad que acompañan las grandes epidemias suelen producir reacciones políticas y sociales de aislamiento. Contra las corrientes globalizadoras, se cortan comunicaciones entre los países, inclusive las cuarentenas y un intensificado control de fronteras. ¿Cómo, y por cuánto tiempo, se pueden sostener tales medidas en nuestras sociedades tan interconectadas, y donde se valoran las libertades individuales? En la siguiente parte del ensayo, tratamos las grietas sociales que si bien siempre existían, la pandemia pone nuevamente en relieve. Luego tomamos la cuestión de los impactos económicos de la pandemia en sí y la caída libre de la demanda mundial producida por ella. La crisis económica generada por Covid-19 seguramente será dolorosa, profunda y ampliamente sentida en toda América Latina. Y por último, examinaremos si la pandemia presenta una oportunidad para buscar una globalización más justa, en una región donde se destacan los movimientos antiglobalistas.
Las cuarentenas y las nuevas fronteras sanitarias
Hace unos días un grupo de historiadores argentinos sugirió que quizás estamos en presencia de un evento singular: una herramienta medieval como la cuarentena se utiliza en la segunda década del siglo XXI. Como técnica de aislamiento para hacer frente a epidemias a gran escala, fue aplicada ante el avance de la peste negra por Venecia (Ciudad-Estado) en el año 1377. No solo ha tenido la virtud de haber perdurado en el tiempo, como sostiene Eugenia Tognotti. No obstante, en los países que siguieron el camino de la modernización liberal e industrial, la política local fue el terreno donde la idea de la cuarentena avivó arduas disputas, especialmente por los cuestionamientos que ese instrumento recibió por parte de las corrientes liberales, que veían en él una coerción a la libertad individual y comercial, y, asimismo, como un símbolo de los gobiernos autoritarios, como ha sostenido el historiador Erwin Ackerknecht.
La irrupción del coronavirus en el 2020 nos recuerda que la vigencia de la cuarentena manifiesta dos facetas que debemos atender porque enseñan el sensible equilibrio que ha existido entre salud pública, justicia social y autonomía individual. Por un lado, no debemos descartar que aquella tradición de vigilancia sanitaria genere roces con los estatutos de derechos humanos, una de las conquistas de la democracia del siglo XX. En efecto, hoy surgen voces que advierten futuras tensiones entre estados que pueden optar por modelos de vigilancia epidemiológica con visos autoritarios y el corpus de libertades individuales, como sostiene el filósofo Byung Chul Han. Aún así, de alguna manera es difícil imaginar que los gobiernos latinoamericanos tengan la capacidad, el interés y el apoyo público para el tipo de políticas de vigilancia draconianas llevadas a cabo en países como China, Taiwán o Singapur para controlar la epidemia.
A su vez, merece atención el comportamiento que en muchos países latinoamericanos ha tenido gran parte de la población ante la aplicación de cuarentenas. En particular, ha sido objeto de discusión en la prensa la desaprensión que muchos ciudadanos manifiestan ante el aislamiento social y que ha conducido al incumplimiento de las normas de aislamiento. Ciertamente, no es fácil interrumpir intempestivamente procesos vitales de la organización social como las actividades educativas, administrativas, servicios de entretención, y hasta actividades económicas informales, como el comercio callejero, que en Latinoamérica es la fuente de ingreso diario de casi 140 millones de personas y quienes posiblemente vivirán el crudo dilema de elegir entre proteger su salud o su capacidad de ingresos para el sustento familiar diario; refugiarse en domicilio es difícil para personas sin ahorros, sin protección del gobierno y la necesidad de trabajar en las calles a diario.
Si añadimos los cuestionables liderazgos de políticos de López Obrador (México), Ortega (Nicaragua) y Bolsonaro (Brasil), que han puesto en duda la seriedad de la pandemia, el escenario en la región se torna aún más complejo para la aplicación de las estrategias sanitarias sugeridas por la OMS, en un continente que dispone de sistemas de salud que reflejan las inequidades históricas del continente. En definitiva, la cuarentena es una técnica cuya eficiencia hoy está seriamente condicionada a la coyuntura política que reina en Latinoamérica. Como la historia demuestra, su aplicación tiene tiempo acotado y la inseguridad social y económica en que vive gran parte de la sociedad pone presión a ese objetivo. Como lo muestra la historia, se puede aplicar solo por un tiempo limitado, y la inseguridad social y económica de gran parte de la sociedad lleva a una presión creciente para relajar o suspender tales órdenes.
La pandemia como catalizador social: el estigma y la discriminación
A lo largo de la historia, las grandes epidemias de enfermedades infecciosas tienden a reforzar y endurecer las identidades nacionales y provocar tratos racistas. En el ambiente de miedo y confusión de una pandemia, cuando un país se siente «atacado» por una fuerza extranjera, se activan prejuicios latentes contra grupos que se perciben como los originarios o portadores de la infección.
No es extraño, pues, que algo parecido haya sucedido con el coronavirus. Por su origen en la ciudad de Wuhan, China, se etiquetó el «virus chino» y los incidentes contra personas de ascendencia asiática parece haber surgido en muchos países. También hay políticos populistas que utilizan una lógica racial en su discurso sobre la epidemia, notablemente el presidente Trump, que sigue utilizando el término «virus chino» a pesar de la difusión de una etiqueta más aceptada (Covid-19) e ignorando la difusión ya casi universal del temido virus.
Posiblemente, la reacción en muchas partes de América Latina es distinta. No se puede negar que sí hay mucho temor y confusión, lo cual lleva a decisiones apuradas (como la maniobra de la alcalde de Guayaquil, Ecuador, de impedir el aterrizaje de un avión proveniente de España el 18 de Marzo) o políticas improvisadas (como prohibir que los varones y las mujeres circulen los mismos días de semana, como se ha hecho en Panamá). Es cierto que hay líderes demagógicos como Bolsonaro, quien sigue los pasos de Trump con su postura impetuosa, y lamentablemente se ha visto incidentes contra personas de etnia china, en países como Chile y Argentina. Y en los discursos subterráneos que circulan por Whatsapp y otros medios sociales, se dice cualquier cosa, como siempre.
Pero por lo general, el discurso público y abierto sobre la pandemia no se caracteriza por un tono racista o nacionalista. Tal vez los fuertes enlaces culturales y económicas de la región con España e Italia, los dos países europeos más afectados hasta ahora, produce otro imaginario geográfico de la pandemia, no tan centrado en Asia. Además, se sabe—a veces con mucha seguridad, como en el caso de Ecuador—que los primeros casos del Covid-19 en la región originaron con viajeros desde Europa, no de Asia.
Y si en las pandemias del pasado se buscaban los culpables entre las clases humildes, este episodio que estamos viviendo presenta cierta inversión de esta lucha de clases. En las investigaciones periodísticas, ciertos lugares donde se reúnen gente más acomodadas y con recursos para largas vacaciones—barcos de crucero, chalets de esquí en los Alpes de Italia, fiestas lujosas en Connecticut—aparecen como focos de agrupación y luego difusión de infectados. A diferencia de la experiencia histórica, muchos de los primeros casos de la Covid-19 en el occidente han sido personas relativamente famosos, como el actor Tom Hanks, la primera dama de Canadá y el primer ministro de Gran Bretaña.
Lo mismo sucede en América Latina. Inicialmente, al menos, «el coronavirus en México ha sido un problema para las élites», en palabras de un periodista, y muchos de los primeros casos importados se originaron en las pistas de esquí de Colorado. En Chile, ha sido llamativa la identificación del barrio alto de Santiago (Las Condes y Vitacura) como el foco de la «pestilencia», y a los «cuicos» como los portadores del mal. Para ciertos sectores opositores al gobierno de Sebastián Piñera, esas personas son las personas que viajan por el mundo y pertenecen a la élite que ha dirigido un modelo de desarrollo de raigambre neoliberal y que sido profundamente cuestionado en la última década. Vale decir, según esa perspectiva ahora ellos son responsables de la «importación» de un microbio que solamente dejará en evidencia, una vez más, que la población vulnerable pagará los costos.
Con respeto a los discursos racistas, posiblemente los líderes nacionales de la región prefieren no seguir el ejemplo de Trump, quien es mal visto en toda la región. Semejantes maniobras políticas de pinta racista y demagógica serían obvias y probablemente rechazadas en seguida. En todo caso, un líder como Piñera, aunque conservador, no puede hacerse populista de un día al otro. A lo contrario, él, como sus pares en otros países, desea usar este episodio para demostrar la capacidad del estado. No es mero cinismo afirmar que una crisis ofrece una imperdible oportunidad política para mostrar un gobierno siempre competente, que mantiene la seguridad pública sin caer en los errores del autoritarismo.
El comodín: Cuales serán las consecuencias económicas de la pandemia y las medidas de control? Creemos que si las consecuencias son duras, con una recesión fuerte y prolongada, con cesantía y dificultades en proveer necesidades básicas, sería aún más lógico echarle la culpa a las clases altas como la misma fuente de la crisis (y los que menos sufren). En ese contexto, el sentimiento difundido de solidaridad social se puede desvanecer rápidamente.
La gobernanza de salud: instituciones débiles
El historiador peruano Marcos Cueto, un reconocido estudioso de la política internacional de la salud de la globalización de la salud, ha sido una de las voces que, frente a las profundas repercusiones que está experimentando el planeta a causa del coronavirus, ha puesto el acento en la reformulación del papel político de la OMS y de ese modo, quizás, inaugurar una nueva etapa en su historia tras algunos episodios que, en las últimas décadas, han dado ocasión para cuestionar su misión
El siglo XXI, tras los brotes de gripe aviar de 1997 y 2003, y del SARS en 2003, se acordó un nuevo Reglamento Sanitario Internacional (RSI), a fin de preparar una respuesta colectiva ante una inminente pandemia. Este reglamento es una de las bases claves del «régimen de seguridad sanitaria global» (como lo caracteriza el antropólogo Andrew Lakoff), y un instrumento teóricamente apropiado para gobernar y coordinar las emergencias sanitarias globales que con certeza podrían surgir en virtud del fortalecimiento de las condiciones que históricamente favorecía la irrupción de una pandemia de naturaleza infecciosa. No obstante, tal como ha indicado Cueto, las ventajas que ofreció esa norma internacional no se pudieron poner práctica a consecuencia del poco respaldo económico que recibió el RSI, hecho que se transformó en un derrota política para la OMS.
En el mismo sentido, pero desde otra perspectiva, no está de más señalar que primeras décadas del presente siglo no han sido favorables para la voluntad multilateral que caracterizó a varias democracias occidentales en varios pasajes del siglo XX. No es necesario ahondar en el discurso antiglobalizador que algunos nuevos liderazgos antisistema y nacionalistas en Europa, América y Asia y que ha seducido a importantes sectores de la población que, agobiados por los efectos negativos de una globalización económica hipercapitalista, ansían un nuevo horizonte de seguridad. Sobre este escenario se aprecia otra fuente del debilitamiento de los propósitos globales que caracterizan el itinerario de las instituciones como la OMS.
Así, es posible proponer que la coyuntura que encarna la pandemia del Covid-19, asoma como un evento que, si bien genera una inquietante incertidumbre, también puede favorecer la instalación de nuevas certezas. Por un lado. Quienes desean desvincularse de una globalización que entienden como un sistema agotado y que desean volver a la calidez que encierran las fronteras de la nación y tomar distancia de un mundo extraño y hostil que hoy, además, es la fuente de un peligro viral. Pero por otra parte, aunque no tenemos antecedentes concretos para sostener si el actual contexto, que ha puesto en tela de juicio la globalización neoliberal, existen quienes creen que en un rejuvenecimiento de las ideas socialdemócratas. Algo de ello se puede palpar en Latinoamérica tal vez. No obstante, más asidero tiene a nuestro entender la idea de un movimiento internacional que con entusiasmo respalde la generación de bienes públicos globales, como lo ha sostenido entre otros Umair Haque. Es una discusión que al menos merece un debate serio en las regiones donde la pandemia dejará huellas profundas y, de paso, es un tema en el que la OMS puede fortalecer su misión mediante un liderazgo planetario.
Impactos económicos de la pandemia y respuestas políticas a la crisis que viene
Mientras se imponen nuevas medidas sanitarias, la pandemia tendrá serias consecuencias económicos. En EEUU se busca amortiguar el casi total colapso del consumo doméstico y el disparo del desempleo, sin precedentes históricos. En América Latina, la situación es aún más complicada. Primero, como países dependientes de ingresos de moneda dura a raíz de las exportaciones y el turismo, la economía de la región sufre el contagio del colapso de demanda en la economía mundial. Son circunstancias fuera del control de los gobiernos latinoamericanos.
Además, las condiciones previas a la crisis varía de un país a otro. En Perú, el gobierno va a poner una inyección de aproximadamente US$26.000.000.000, lo que equivale al 12 por ciento de su PBI. El gobierno de Chile ha diseñado un paquete de medidas económicas por 11.000 millones de dólares (4,7% del PBI), que es la mayor inyección fiscal desde la crisis «subprime» de 2008-09. Se ha recurrido a un 2% constitucional de reserva para catástrofes a fin de ayudar a la salud pública. Estos países vecinos tienen la ventaja de tener un porcentaje baja de deuda pública, en relación a su nivel de PBI.
Pero para otros países, el margen de maniobra es más estrecho. El gobierno de Argentina, con el peso enorme de su deuda externa y tendencias inflacionarias en la economía, por ahora se limita a poner una inyección de 1% del PBI, y busca negociar nuevamente con el FMI para reestructurar sus pagos de la deuda externa. Ecuador, por tener una economía dolarizada, cede mucho control de su política monetaria al banco central de los EEUU, y como exportador de petróleo, sufre del colapso simultáneo del precio de este producto. También repercuten las crisis económicas en Estados Unidos y Europa por la pérdida de remesas de los inmigrantes que forman una parte importante de los ingresos de varios países. Tiene sentido, entonces, que el FMI proyecte una alarmante disminución del 6.6% en el PIB de México para 2020, debido a la dependencia de este país de la demanda de los consumidores estadounidenses, las exportaciones de petróleo, el turismo y las remesas de migrantes.
Un incógnito importante es el papel del Fondo Monetario Internacional. Por haber fomentado el paquete de reformas económicas del neoliberalismo desde los 1980, el FMI tiene mala fama en América Latina. Sin embargo, el FMI existe justamente para enfrentar estas situaciones, es decir, apoyar a los países que sufren emergencias económicas imprevistas y temporarias. Pero, ¿El FMI tiene recursos suficientes para dedicar a América Latina, cuando casi el mundo entero le pide ayuda? Y, ¿La renovación de relaciones con el FMI significaría, en el largo plazo, otro sometimiento a los conceptos neoliberales? La directora del FMI, Kristalina Georgieva, confía en que el fondo puede abordar las necesidades de todos los países que solicitan asistencia, siempre y cuando las restricciones relacionadas con la pandemia de la actividad económica se levanten pronto, y también afirma que solo se requeriría un puñado de países para someterse a las condiciones de reestructuración del FMI para recibir préstamos. Según Joseph Stiglitz, una nueva generación de ministros de economía en la región aprendió, durante la crisis financiera del 2008, a adoptar una postura más flexible y pragmática, descartando la ortodoxia de la escuela neoliberal. Seguramente la crisis actual pondrá a prueba estas nuevas perspectivas y tácticas de política económica.
Conclusión
Es posible proponer que una de las razones que pueden explicar las reacciones que Latinoamérica ha demostrado ante esta pandemia es la ausencia de una memoria sanitaria. En las última semana ha vuelto a discutirse el gran olvido que experimentó la gripe española de 1918, pese a la relevancia histórica que posee. En ese sentido, es podemos comprender que muchas personas aún no se explican una serie de restricciones en sus vidas diarias, puesto que no tienen recuerdos de las profundas y dramáticas alteraciones que definen a un evento pandémico. Por consiguiente, la presente reflexión es parte de una tarea que es más que necesaria para generar un vínculo con las experiencias de nuestros antepasados que a comienzos del siglo XX enfrentó una tempestad viral planetaria, la influenza, que hizo patente la mutua dependencia que existe entre desarrollo social y salud.
Sin embargo, nuestro examen se inserta en esa línea de estudio que apunta a debatir los desafíos que nacen de una forma de comprender las relaciones globales, la democracia y esquema de seguridad social que propone al menos nuevos enfoques para los desafíos a gran escala que tenemos enfrente. Las diversas ciencias han sostenido su capacidad de influencia a partir de la evidencia que pueden brindar, y el desconcierto global que genera la pandemia del COVID-19, es una prueba contundente de la necesidad de redefinir roles (OMS), analizar nuevos paradigmas de desarrollo social, tomarse en serio una noción integral de la salud, etc. ¿Repensar nuestra civilización planetaria? Quizás, aunque los movimiento nacionalistas no se molestaran en intentarlo.
Claramente, hay días oscuros por delante para América Latina, como en el resto del mundo. Esperamos fervientemente tener una vacuna contra el coronavirus que alivie la causa inmediata de esta pandemia. Sin embargo, debemos tener en cuenta que una solución técnica de este tipo descuidaría las causas más profundas que generaron esta crisis, que no solo nos deja vulnerables a la próxima calamidad mundial, sino que también nos permite seguir tolerando el sufrimiento y la desesperación cotidianos.
Eric D. Carter es geografo en Macalester College, Minnesota, EEUU. Sus investigaciones son interdisciplinarias, y se ubican en un nexo entre la geografía médica, la historia ambiental y la historia política y social de la salud.
Marcelo López Campillay es historiador en el programa de Historia de la Salud, de la Universidad Católica de Chile. Sus temas de investigación incluyen: Epidemias Sociales, Políticas de Salud y Salud Global, Docencia y Humanidades en Salud.